Esos silenciofóbicos. Esos ruidoadictos.
Erase una vez un cuento muy fumado, contado por un hombre de gran imaginación. No tiene nada que ver con aquellas Nanas que cuidan niños, no directamente, tiene que ver con aquellas canciones de cuna que solían cantar las mujeres para dormir a sus hijos, y que narraban historias de personas, de lobos y elefantes, de niños que se pierden en los bosques y que nunca regresan. Las nanas son cuentos lindos que no dejan moraleja, pero en la que todos son felices. Son cuentos que se les contaban a las personas antes de morir, para que pensaran que la vida había sido siempre bella.
Erase una vez un cuento que mata a aquel que lo escucha, y que por cuestiones del destino, o de simple ignorancia, es publicado masivamente.
Carl es un reportero que una mañana le leyó un cuento a su familia y que vive sólo porque quiere olvidarse de su familia muerta y de sus preocupaciones hasta que en el periódico en el que trabaja le mandan cubrir los reportajes de una serie de niños que mueren sin ninguna razón.
Empecé con este libro días después de haber acabado de leer Club de Lucha, una de las obras cumbres de Palahniuk. Quería continuar con los relatos anti políticos de éste tipo hasta que llegó María José. Ella me recomendó Nana porque alguien le había recomendado Nana. Ahora le agradezco a ese alguien la oportunidad de haber puesto en mis manos una obra atrapante y de tan maravillosa complejidad, descabellada y trepidante, y le agradezco a María José el haberse acordado de ella. Es una gran historia, pero con el mismo problema.
El problema de todas las historias es que se cuentan después de que hayan pasado.
Juan Carlos Castañeda Mondragón
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